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Follow En el nombre del karma

lunes, 14 de mayo de 2012

El cuento de la bruja I


El cuento empieza en un viaje, como todo en la vida. Un viaje rutinario, un día cualquiera.
Cada mañana, yo, la protagonista de este cuento, cojo el tren a la misma hora, con la misma gente. Llámame caprichosa si quieres, pero hoy he sentido la necesidad de modificar el plan que mantiene a cada una de esas personas cada mañana en su posición.
Vayamos al inicio: 7:53. Aparece el primer peón (la señora que estratégicamente y con poco amor coloca cada día su codo en mis costillas al acercarse el tren). Hoy, inexplicablemente, la máquina se ha detenido 50 cms antes y la jugada se ha complicado para la dependienta veterana de ciertos grandes almacenes. No he podido reprimir una sonrisilla de satisfacción por el triunfo casual e inesperado. ¡Qué mala me he sentido...pero qué orgullo!
Su cara se ha desencajado a cámara lenta mientras yo, giro a la derecha ras, y adelantándo a su codo por el arcén imaginario, maniobro para preparar la salida (vaya, la entrada al vagón).
La verdad, y que quede entre nosotros, es que me da igual subir antes o después al tren ya que una vez dentro mi capacidad de supervivencia no está muy fina que digamos...todavía estoy en la cama para detectar los escasos asientos libres que Renfe nos ofrece a mitad de la línea.
Pero esa no es la cuestión. El tema es que hoy he conseguido, gracias al azar, posicionarme en la pole de los andenes. He ganado a la señora con exceso de maquillaje (se podría catalogar su obra como un nuevo estilo a caballo entre el fauvismo y el expresionismo abstracto) y con exceso también de perfume con pretensiones de elegancia.
¡JA! Has perdido la partida. ¡Game over para tí! ¡85 a 1! Pero qué 1...
Pero mi venganza no ha quedado ahí...Con un cálculo sorprendentemente hábil de la situación espacio temporal consigo dejar paso a toooodos los pasajeros en potencia (convirtiéndoles en acto) antes de subir yo y de convertir a la señora también en acto. En concreto, en el acto de ser mi sombra enfurecida y mal disimulada.
De modo que, cuando noto que tengo detrás al ser en plena digievolución, y, antes de volver a tener una cita con su codo, decido subir las escaleras de acceso. Con la cabeza y la dignidad bien altas.
Una vez dentro, localizo un sitio vacío en el vagón rodeado de un aura blanca y música celestial. Corro. Peleo. Y lo consigo. Objetivo logrado a las 7.55.
La señora...me mira mal. La miro bien. Sonrío al ser mitológico que se ha situado en frente de mi periódico creando una cúpula de odio amenazante sobre mi.
Me mira mal. La miro bien. Sonrío de nuevo a la señora de H. Lecter y le suelto con mi mejor tono de niña buena: ¿Quiere usted sentarse?

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